Hay un acuerdo general de que este hombre de más de 80 años es el más artista de los arquitectos consagrados de la Argentina, que marcó tendencia con sus obras, y que para muchos tiene ese carácter que logran los muy respetados: "Estar más allá del bien y el mal".
Me recibió en su estudio, en Santa Fe y Callao, un edificio centenario y como tal, amplio y de techos muy altos. Ya al ingresar todo sorprende, empezando por el mismo Clorindo Testa. Pensándolo detenidamente, me resultó una conversación árida, ya que creo que está más acostumbrado a monologar que a dialogar. Todo a su alrededor es poco convencional, entre un tanto desprolijo y un poco caótico, las pinturas en el piso desparramadas por el estudio y sus falsos puntales a modo de instalaciones a un costado. Jóvenes que entran y salen continuamente. No es un hombre coqueto: traje gris con algunas millas recorridas, corbata finita y los anteojos sostenidos en la frente. No habla si no formulo una pregunta. Sostiene el silencio. Por momentos parece un niño caprichoso.
-Tanto Mario Roberto Alvarez como Justo Solsona y usted viven en edificios centenarios. ¿Por qué no lo hacen en casas construidas por ustedes?
-Porque eso no importa nada. Este edificio es de 1912. Va a cumplir cien años, lo cual no tiene ninguna importancia. Si estuviera en Roma, posiblemente viviría en un edificio de hace trescientos años.
-Pero uno es también el lugar donde vive...
-Si a lo mejor alguien me hubiera encargado un edificio donde yo hubiera podido quedarme hasta hoy, allí estaría.
-Frank Lloyd Wright vivía en Los Angeles, en una casa hecha por él. Dicen que usted es más artista que arquitecto.
-Eso es muy lindo. Alguien me lo dijo de otra manera hace tiempo, y desgraciadamente con el tiempo se te borran los nombres. Fue hacia finales de los años 50. Hubo una exposición en Gath & Chaves, en la calle Florida -ya no existe-, exposición que era de pintura, arquitectura, urbanismo y muchas más cosas. Era un concurso para la construcción de un lugar llamado Castel Defense, una de las primeras urbanizaciones que se hacían, al estilo de ese horror que es ahora la Costa del Sol. Con edificios como el de la avenida Figueroa Alcorta. Entonces, un señor que era crítico, pero también pintor o intelectual, no recuerdo, me dijo: "Vea, Testa, usted cuando pinta parece arquitecto, y cuando hace arquitectura parece pintor".
-¿Pero es bueno o malo?
-Para mí, es bueno. Si vos mirás mis cuadros no se sabe si es una pintura o es un plano. Además, el tema es la ciudad, las manzanas, los cuadriculados. Las dos cosas están unidas.
-Ahora bien, cuando los artistas llevan a la práctica sus obras, ¿cómo se vive, después, en un edificio que es en parte ficción, o un poco incómodo?
-Lo que yo sé es que los edificios que hago son siempre muy racionales. Digámoslo así: no son caprichosos.
-Yo conozco una casa que hizo Bonet donde la dueña, que era una señora voluminosa, no podía subir por la escalera.
-Se ve que le chingaron [usa el plural impersonal para no quedar como criticando a nadie en particular]. Esos son errores. Recuerdo que un muy buen arquitecto español, Ramón Vázquez Molezún, a quien yo había conocido en Roma en los años 50, me contó que había ido un cliente a protestar porque la casa se llovía. Y él le respondió: "¡Coño, las casas se llueven!" Y se fue. Aquí, podría haber dicho: "¡Coño, hay que subir de costado!"
-A veces no coincide la propuesta artística con el confort.
-Cuando uno proyecta una casa, nunca lo hace para uno. Supongamos que la que va a vivir en la casa sos vos. Entonces, yo tengo que preguntarte cómo te gustaría la cocina, cómo te gustaría el baño, si lo querés al lado o no. Si fuera para mí, por ejemplo, no me importa tener que caminar por el pasillo para ir al baño. Al contrario, es como una llegada al baño. Me parece horrible abrir la puerta del dormitorio y meterte en el baño.
-No le gusta el concepto de suite.
-No, para nada. Me gusta salir del dormitorio y caminar.
-Cuando hoy usted pasa por la Biblioteca Nacional, ¿le gusta?
-A mí me gusta. Además, se le van agregando cosas. Por ejemplo, me gusta la escalera circular que da a Austria. Por esa escalera desembocás en un espacio cubierto que es muy lindo. Por otra parte, es el único edificio en el cual uno puede ver, desde la calle Austria, la calle Agüero, es decir, ves la transparencia de la manzana, porque no está construida, o dicho de otro modo, lo que está construido está en alto. Podría haber estado toda la estructura apoyada en el piso.
-O sea que sí resistió el paso del tiempo.
-Por lo menos en ese aspecto, yo creo que sí. Además, los edificios tienen que aguantar a la fuerza el paso del tiempo. Cuando hicimos el proyecto de ese edificio, tanto como el del Banco de Londres, no había, como hoy, salas de cómputos, no había computadoras, sino tipos que escribían a máquina.
-¿Usted ha ido a estudiar o a leer a la Biblioteca? ¿Ha usado la Biblioteca Nacional?
-Para nada. No la usé nunca.
-¿Nunca le preguntó a alguien que la usaba si es cómoda o no?
-No lo sé.
-¿Es un tema menor?
-No. Es un tema que, para los que van a la Biblioteca, será importante. Yo no diseñé las sillas, y tienen que ser cómodas.
-¿Cuál es la obra que le da más orgullo haber hecho?
-Todas. Pero me gusta mucho una casita verde que se hizo en el campo, en las afueras de Pilar. El recuerdo agradable e imborrable que tengo es que en el dibujo, en la perspectiva, había hecho la cabeza de un caballo y luego, en la fotografía, aparece un caballo vivo. Las dos cosas coincidieron. Siempre recuerdo eso. A uno le gusta esa casa, así como la Biblioteca, el Banco de Londres y el Hospital Naval, con las ventanas que giran.
-Sin embargo, la Biblioteca Nacional es un punto de referencia.
-Sí, pero nunca se me ocurre pensar si lo que voy a hacer será un punto de referencia. Eso es algo que ni se te ocurre cuando hacés un proyecto.
-Pero uno tampoco trabaja para pasar inadvertido.
-No, tampoco.
-¿Hay lugares de Buenos Aires que están, en su opinión, bien logrados?
-Buenos Aires es la ciudad que a mí me gusta. Porque, por ejemplo, aquí estamos en Callao y Santa Fe y tenemos una luz estupenda en este cuarto, la medianera más próxima está a setenta metros de distancia, te asomás al balcón y ves el Hotel Intercontinental, que está del otro lado de la ciudad. Esto es por el solo hecho de que Buenos Aires tiene lotes chiquitos, algunos construidos y otros no; entonces, tenés una suerte de desfiladeros. El espacio que hay es enorme. Es una ciudad alegre: tiene luz. Aquí ves la esquina de Santa Fe y Callao, pero en 1898. Se ven los tranvías a caballo.
-¿A usted le hubiese gustado hacer torres?
-No lo sé: nadie me pidió una. Pero estoy seguro de que si me la pidieran, me gustaría muchísimo hacerla. Las torres forman parte de la arquitectura del año 2000; empezaron a formar parte de las ciudades hace cincuenta años y van a seguir. Forman parte de tu ciudad.
-¿Cuál es el edificio mejor pensado de Buenos Aires?
-Tampoco se me ocurrió pensar eso. Pero todos los edificios tienen siempre algo que está bien pensado, y que es lindo. Por ejemplo, el edificio de La Prensa, que ahora es municipal. El acceso es lindo. Es agradable entrar en ese edificio. Otro caso es el Teatro Colón: vos entrás, y es lindo.
-¿Cómo es, para un arquitecto consagrado, trabajar por encargue?
-¿A qué le llamás encargue?
-Viene un señor con dinero y le dice lo que quiere.
-Nunca nadie vino a decirme "hágame un château".
-¿Lo hubiese hecho?
-No, por supuesto que no.
-Los usos y costumbres dicen que uno puede contratar a un arquitecto y pedirle algunas cosas. Volviendo a la ideología de la arquitectura, si usted tuviese que confrontarla con su obra, ¿usted es un hombre de derecha, de izquierda, de centro? ¿Se acerca a lo popular? ¿Por dónde ronda su ideología?
-Mis simpatías son para la gente que es de izquierda; no me refiero al comunismo, sino a una izquierda moderada.
-¿Hay algo de lo popular que le es afín?
-Cuando yo era chico fui a uno de los colegios mantenidos por el gobierno italiano, y por una sociedad que había acá llamada Pro Scola. Como estaban sostenidos por el gobierno italiano, eran gratis para los hijos de inmigrantes de la ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires.
-O sea, que hizo la escuela primaria en una escuela fascista.
-Sí. Pero, por ejemplo, nunca tuvieron contacto con ningún colegio alemán. Era como si la cuestión fascista no existiera.
-¿Se puede decir que la arquitectura argentina tiene que ver con el neorrealismo italiano, en el sentido de ser una arquitectura pobre con ideas?
-En la Argentina no podés hacer el museo de Ghery, con los techos de titanio. No podés ni pensarlo. Podés hacer la Biblioteca Nacional con hormigón armado. De hecho, en la Argentina siempre hubo una tradición muy fuerte del hormigón armado, que comenzó hace muchos años: cuando todavía se hacían edificios con estructura de hierro, acá ya se hacían con hormigón.
-¿Qué pasó, para que en la Argentina en general "lo francés sea el símbolo del lujo?
-Porque no son cultos. Es un error de cultura. O mejor dicho, son cultos en otro sentido: pueden leer todos los libros, estar al tanto de todo, hablar francés e inglés, y tener automóviles último modelo, pero en estas cuestiones -arquitectura, pintura, etcétera, es como si estuvieran cien años atrás.
-¿Usted piensa que hay una arquitectura distinta para cada clase social?
-No, yo creo que no; nunca se me ocurrió pensar eso. Acabamos de ganar este año un concurso, justamente, para hacer viviendas del Banco Hipotecario en las distintas regiones del país. Se construyen con los créditos del banco. Son viviendas mínimas. En estas casitas, por ejemplo, hicimos un lugar para el aparador de la abuela, porque todos tienen uno, así como un dormitorio con una salida al exterior, tal como lo pedían, porque a lo mejor ahí trabaja un sastre o una costurera. Así está pensado todo. Está pensado igual que si vos pensás la Biblioteca Nacional.
-Dígame Clorindo, ¿qué les dice a los jóvenes que vienen a su estudio?
-Yo no les digo nada.
-Algo les tiene que decir.
-"Buen día".
Por Any Ventura Para LA NACION