jueves, 30 de julio de 2009

Zaha Hadid: un auditorio de tela con sillas de plástico

La arquitecta anglo-iraquí diseñó en Manchester una sala temporal de música de cámara para el Festival Internacional de Verano. Se trata de un pequeño pabellón de tela y sillas Panton alojado en el Museo de Arte local, que podrá visitarse hasta el 1 de septiembre próximo.



MADRID. -Le ha costado 30 años, pero, finalmente, Zaha Hadid (Bagdad, 1950), la arquitecta más famosa del mundo, dejará su huella en el Reino Unido, el país que la ha visto formarse y crecer profesionalmente pero que, hasta hoy, parecía resistirse a verla triunfar. Aun así, lo hará con un edificio pequeño, un inmueble sin lugar, un auditorio de tela, una sala de música de cámara ideada para escuchar a Bach y levantada en medio de un museo? durante el breve periodo de apenas dos meses que dura el Festival Internacional de Verano de Manchester. Muchos inconvenientes convertidos en un nuevo reto para esta arquitecta acostumbrada a lo difícil. Hadid tenía 25 años y un pasado como hija de un ministro socialista iraquí cuando aterrizó en la Architectural Association de Londres, donde, bajo la tutela de Rem Koolhaas, creyó que la arquitectura podía cambiar el mundo. Durante años no fueron sus edificios sino sus osados dibujos los que cambiaron su suerte. Famosa antes de construir por sus propuestas escultóricas, consiguió levantar su primera obra cuando ya era conocida en todo el planeta. Eso sí, el despegue profesional lo logró con edificios poco protagonistas: un aparcamiento de tranvías en Estrasburgo y una pista de saltos de esquí. Fue suficiente para comenzar a acumular premios, desde el Mies van der Rohe de la Unión Europea al Pritzker, que distingue a los mejores del mundo. Entre tanto, en su país -es ciudadana británica desde hace casi 30 años- se hartaba de perder concursos. O peor aún, de ganarlos sin que le dejaran construirlos. Hoy, con obra en Estados Unidos, Alemania, Japón o España, con piezas de diseño exclusivo en las más reputadas empresas de lujo (de Chanel a Louis Vuitton), con un sin número de brillantes ejercicios efímeros (del pabellón itinerante de la misma Chanel a las escenografías de Pet Shop Boys) y con proyectos en Abu Dhabi, Roma, Madrid (Ciudad de la Justicia) y Barcelona (Torres Espiral en el Campus Interuniversitario), a Hadid no le ha bastado con ser la arquitecta más famosa del mundo para conseguir el reconocimiento en casa. Sin embargo, la atención de su país podría obtenerla ahora, gracias al bucle inusitado del nuevo auditorio temporal levantado para el Festival Internacional de Manchester. En la línea del auditorio que ideara para Abu Dhabi -curvo y sinuoso frente a sus angulosos primeros encargos-, el proyecto de Manchester es, en realidad, poco más que una escenografía ingeniosa. Con capacidad para 600 personas (sentadas en sillas Panton negras, las favoritas de la arquitecta, y -de plástico y curva- atípicas en una sala de música), la obra es una cinta de tela sujeta por una estructura metálica. Parece una carpa, pero tiene la belleza de un trazo lineal depurado. Además, encierra investigación y osadía: la fibra sintética cuida de la acústica de los conciertos de cámara que acogerá: la reverberación no es ni larga ni corta, ideal para escuchar a Bach. Con todo, la acústica no ha sido el mayor reto. Levantado en medio del Museo de Arte de Manchester, el bucle de Hadid llega para quedarse, aunque sea en la memoria de quienes, hasta el 31 de agosto, pueden visitarlo gratuitamente. Le ha costado mucho levantarlo. Con todos los premios posibles en las estanterías de su estudio, hace años que a esta diva cosmopolita le obsesionaba el reconocimiento local, el aplauso de los suyos, la inclinación de cabeza del establishment británico. Así, Hadid disfrutó de la inauguración de este pequeño auditorio como el mayor de sus logros.Mientras lo habitual entre los arquitectos es añorar construir lejos y triunfar por el mundo, esta proyectista se desesperaba por lograr el reconocimiento británico. Finalmente, ha sido en una ciudad alejada del ombligo londinense y con un trabajo aparentemente menor, de vocación temporal. La osadía merecía un ensayo en provincias, pero el paso está dado. Hadid ha triunfado en casa.
Anatxu Zabalbeascoa El País, SL.

lunes, 27 de julio de 2009

Frank Gehry: "Yo no actúo al voleo"










El extravagante arquitecto autor del Museo Guggenheim de Bilbao proyecta la nueva sede en Abu Dhabi, la ciudad más rica del mundo, al tiempo que colabora con Bono en la lucha contra el sida en Africa
Este hombre de escaso pelo plateado, a punto de cumplir 80 años, recibe millones de menciones por la Web que ningún otro de sus rivales vivos o muertos. Brad Pitt, que trabajó con él, dice: "Le interesa mucho la arquitectura del futuro y es un hombre de buen corazón".
Estuvo en Los Simpson -último barómetro de la fama- y guarda una imagen del dibujo animado en su celular. Construyó su propia casa en Hyde Park, y estamos agradecidos por eso. El Pabellón Galería Serpentina es la última de una ambiciosa serie de misiones anuales que contrata a los mejores arquitectos, especialmente los que nunca construyeron en Inglaterra; Gehry es una excepción, pues ya hizo un proyecto para el centro Maggie de Dundee. Esta vez, como de costumbre, Gehry presentó algo sorprendente: robustos trozos de madera en ángulos locos que llegan muy alto en el cielo, erizados con acero puntiagudo, debajo del cual se izan grandes paneles de vidrio superpuestos. Este es, sin duda, el gazebo más grande de la historia, y no tiene demasiada intención de resguardar de la lluvia y el viento. "¿Parece una antigua catapulta romana?" -me pregunta Gehry-. En realidad me inspiré allí; pero no sé por qué me vino esto a la cabeza", explica. Posiblemente, para proteger del clima ya que las tormentas de verano bautizan los pabellones de la Serpentina. Gehry es consciente de que su obra no protege totalmente de la lluvia y que los visitantes deberán llevar paraguas. Pero, ¿cuándo nació la idea original de esos robustos trozos de madera angulada? "En un principio la pensé para una casa que diseñaba para mí, pero como nunca la construí, ahora imagino que hice mi casa en la Serpentina", asegura. Igual, en ese instante estábamos en Arlès, donde está proyectando un nuevo distrito artístico para la filántropa y promotora de arte Maja Hoffmann, y sus bocetos también parecen incluir gruesos trozos de madera similares.
"¡Oh! -asegura sonriendo-. No dé por sentado que voy a hacer lo mismo." Esto dice mucho de Gehry y su manera de trabajar; esta obra aún está en pañales. El diseña todo personalmente luego de muchos cabildeos, y el principal motivo de orgullo de su compañía es que todo pase por sus manos. Pero entonces, ¿qué hacen sus 175 empleados? Juegan con trocitos de madera, plástico, cartón y papel. Gehry se muestra orgulloso de ser iletrado en computación, aun cuando dirige un negocio mundial de diseño computarizado llamado Gehry Tecnologies, utilizado por arquitectos como Zaha Hadid. Sus asistentes a menudo inician proyectos según el estilo Gehry, pero después él modifica casi todo. Así, lentamente, con este proceso de ensayo y error, el diseño va tomando cuerpo definitivo. Sólo cuando Gerhy está convencido comienza a funcionar la poderosa computadora con su labor de escaneo, creando las plantillas sobre las que después se construirán los edificios. "Me gusta tener los modelos en las manos", corrobora. Y los modelos que hace están cambiando. Acostumbraban ser curvos e inspirados en las formas musculares de los peces, y coherentemente cubiertos con escamas de titanio, acero inoxidable y vidrio; pero ahora se inclina por lo fornido y macizo, apilando muchos compartimientos cuadrangulares. Siempre hubo un escorzo tosco y manuable en los edificios de Gehry, pero ahora se están volviendo primitivos.
"Creo que como reacción, observo y analizo la nueva arquitectura que está surgiendo, suave y voluptuosa, totalmente manejada por computación, y compruebo que toma un cariz que detesto", reconoce. De todos modos, advierte que tal vez este ciclo macizo tenga corta vida. Su diseño de un nuevo Guggenheim, ahora en Abu Dhabi, integra la amplia lista de edificios culturales hechos por distintos arquitectos famosos para los Emiratos, revierte aquí de nuevo el estilo hacia la fluidez, con dramático uso de las formas cónicas. Abu Dhabi representa la actual culminación de la locura por los edificios icónicos, de lo que Gehry no es devoto. "Es como un grupo que anda a tientas; un edificio mío, otro de Norman Foster, uno de Zaha, otro de Jean Nouvel o de Daniel Libeskind, convierten la ciudad en una cabina de horrores; eso es lo que están haciendo en Abu Dhabi", comenta.
Es lo caótico y ambiguo lo que critica, y no la arquitectura llamativa. "Los edificios públicos merecen tener personalidad, y un cierto nivel de importancia y representatividad. Eran los que definían el perfil de las ciudades y comunidades en las que se encontraban", explica. Además, todo depende de la ubicación que se ofrezca y en Abu Dhabi a él le dieron una ventajosa. "Si me hubieran dado la zona de Zaha o Nouvel no hubiera aceptado; pero me dieron esa área externa, en el límite, donde estoy solo y eso es bueno. Estoy haciendo Mont Saint Michel", dice. Un museo como romántica isla monasterio afuera, en el golfo: posiblemente sólo Gehry pueda pensar en eso. De todos modos, ¿no se siente de alguna manera responsable por ese delirio de los edificios icónicos? Eso lo enfurece y contraataca. "El único arrepentimiento que tengo es que los periodistas letrados digan esto. Yo leo libros, escucho música, estudio muchas cosas y no actúo al voleo", declara. Sabe adónde iba dirigido: la crítica a la linda forma. Y tiene razón, sus edificios no se hicieron al pasar; nos gusten o no, hay que reconocer que fueron pensados. Sólo el talento menor actúa irresponsablemente y éste no es el caso. De todos modos, de pronto, en esa hermosa mañana de julio en Arlès, café y medialunas de por medio, Gehry con un poco de humor dio por finalizado el tema. En Gran Bretaña diseñó tanto el Maggie Center de Dundee como la nueva Galería Serpentina, con lo que quedó en cero en cuanto a rédito financiero, pero no se queja.
Casi a los 80 años, Gehry, canadiense de nacimiento, pero radicado en California, está en camino de imitar la productiva longevidad del americano Frank Lloyd Wright, que casi llegó a los 90, o a Oscar Niemeyer, codiseñador de Brasilia, que sigue activo a los 100. Admite que no puede imaginarse haciendo otra cosa y ese temor lo incentiva. "Cuando terminé Bilbao hace 10 años, nadie más me llamó para hacer otro museo... hasta ahora. Cuando hice el Concert Hall de Disney, hace cinco, tampoco nadie me ofreció repetir la experiencia. No es importante, pero como curiosidad, mi amigo, el director de teatro Peter Sellars, dice que tampoco a Wagner le pidieron escribir otro Anillo de los Nibelungos , pero yo no creo que tenga que aceptar esa razón". ¿Cuál entonces? "Cuando alguien elige arquitecto, sólo elige estilo. Si me contratan piensan que tal vez no obtengan lo que buscan y no quieren correr riesgos. Piensan que no los escucho; que sólo hago esto con sus ideas -arruga una hoja de papel y la tira al suelo, como haría su alter ego de Los Simpsons -. Pero a veces me tomo el tiempo de preguntar a alguno de mis clientes y ellos me confirman que ocurrió todo lo contrario de lo que habían imaginado", asegura.
Le pregunto si se sintió alguna vez intimidado por su propio trabajo y si fue duro sostener el triunfo de Bilbao. "Si tomo conciencia o analizo demasiado, estoy muerto; entonces, actúo. Asumo que debo seguir esforzándome y lo hago. Siempre me siento inseguro y nunca sé por anticipado si el edificio que estoy haciendo resultará grande; pero igual me exijo, y ocurra lo que ocurriese me siento afortunado por haber podido hacerlo", concluye.
Durante toda la entrevista permanecimos inadvertidos allí, en la plaza, pero ahora se terminaba el tiempo. Se levantó y se puso a caminar por el escenario provenzal; la lluvia de Londres lo esperaba. Mientras se alejaba, abrí mi cuaderno de anotaciones y encontré los bocetos. ¿Quién iba a creer que los había hecho él? Lamentablemente no los había hecho firmar.
Por Hugh Pearman De The Sunday Times
Fotos: gentileza FRANK GEHRY, ALBERTO OG, CENDAX, IVANX, LLPO?S SOJOURN, LUISVILLA, SHAYAN (USA), TANAKAWHO
Traducción: Beatriz Baruzzi
Muebles y objetos
El multifacético arquitecto canadiense-norteamericano diseñó gran cantidad de muebles y objetos, como relojes, anillos, o las Fog chair and table de Knoll, que se publicitaron con su propia imagen. Además, a partir de los años sesenta desarrolló una serie de muebles experimentales con cartón corrugado, para finalmente en la década del setenta realizar la serie de asientos Easy Widge, para Knoll.

miércoles, 1 de julio de 2009

Clorindo Testa



Arquitecto de 84 años, autor de la Biblioteca Nacional, el Banco de Londres y el Centro Cultural Recoleta, habla sin reparos sobre algunas de sus obras, las ideologías y el gusto de los argentinos por los edificios afrancesados.

Hay un acuerdo general de que este hombre de más de 80 años es el más artista de los arquitectos consagrados de la Argentina, que marcó tendencia con sus obras, y que para muchos tiene ese carácter que logran los muy respetados: "Estar más allá del bien y el mal".
Me recibió en su estudio, en Santa Fe y Callao, un edificio centenario y como tal, amplio y de techos muy altos. Ya al ingresar todo sorprende, empezando por el mismo Clorindo Testa. Pensándolo detenidamente, me resultó una conversación árida, ya que creo que está más acostumbrado a monologar que a dialogar. Todo a su alrededor es poco convencional, entre un tanto desprolijo y un poco caótico, las pinturas en el piso desparramadas por el estudio y sus falsos puntales a modo de instalaciones a un costado. Jóvenes que entran y salen continuamente. No es un hombre coqueto: traje gris con algunas millas recorridas, corbata finita y los anteojos sostenidos en la frente. No habla si no formulo una pregunta. Sostiene el silencio. Por momentos parece un niño caprichoso.
-Tanto Mario Roberto Alvarez como Justo Solsona y usted viven en edificios centenarios. ¿Por qué no lo hacen en casas construidas por ustedes?
-Porque eso no importa nada. Este edificio es de 1912. Va a cumplir cien años, lo cual no tiene ninguna importancia. Si estuviera en Roma, posiblemente viviría en un edificio de hace trescientos años.
-Pero uno es también el lugar donde vive...
-Si a lo mejor alguien me hubiera encargado un edificio donde yo hubiera podido quedarme hasta hoy, allí estaría.
-Frank Lloyd Wright vivía en Los Angeles, en una casa hecha por él. Dicen que usted es más artista que arquitecto.
-Eso es muy lindo. Alguien me lo dijo de otra manera hace tiempo, y desgraciadamente con el tiempo se te borran los nombres. Fue hacia finales de los años 50. Hubo una exposición en Gath & Chaves, en la calle Florida -ya no existe-, exposición que era de pintura, arquitectura, urbanismo y muchas más cosas. Era un concurso para la construcción de un lugar llamado Castel Defense, una de las primeras urbanizaciones que se hacían, al estilo de ese horror que es ahora la Costa del Sol. Con edificios como el de la avenida Figueroa Alcorta. Entonces, un señor que era crítico, pero también pintor o intelectual, no recuerdo, me dijo: "Vea, Testa, usted cuando pinta parece arquitecto, y cuando hace arquitectura parece pintor".
-¿Pero es bueno o malo?
-Para mí, es bueno. Si vos mirás mis cuadros no se sabe si es una pintura o es un plano. Además, el tema es la ciudad, las manzanas, los cuadriculados. Las dos cosas están unidas.
-Ahora bien, cuando los artistas llevan a la práctica sus obras, ¿cómo se vive, después, en un edificio que es en parte ficción, o un poco incómodo?
-Lo que yo sé es que los edificios que hago son siempre muy racionales. Digámoslo así: no son caprichosos.
-Yo conozco una casa que hizo Bonet donde la dueña, que era una señora voluminosa, no podía subir por la escalera.
-Se ve que le chingaron [usa el plural impersonal para no quedar como criticando a nadie en particular]. Esos son errores. Recuerdo que un muy buen arquitecto español, Ramón Vázquez Molezún, a quien yo había conocido en Roma en los años 50, me contó que había ido un cliente a protestar porque la casa se llovía. Y él le respondió: "¡Coño, las casas se llueven!" Y se fue. Aquí, podría haber dicho: "¡Coño, hay que subir de costado!"
-A veces no coincide la propuesta artística con el confort.
-Cuando uno proyecta una casa, nunca lo hace para uno. Supongamos que la que va a vivir en la casa sos vos. Entonces, yo tengo que preguntarte cómo te gustaría la cocina, cómo te gustaría el baño, si lo querés al lado o no. Si fuera para mí, por ejemplo, no me importa tener que caminar por el pasillo para ir al baño. Al contrario, es como una llegada al baño. Me parece horrible abrir la puerta del dormitorio y meterte en el baño.
-No le gusta el concepto de suite.
-No, para nada. Me gusta salir del dormitorio y caminar.
-Cuando hoy usted pasa por la Biblioteca Nacional, ¿le gusta?
-A mí me gusta. Además, se le van agregando cosas. Por ejemplo, me gusta la escalera circular que da a Austria. Por esa escalera desembocás en un espacio cubierto que es muy lindo. Por otra parte, es el único edificio en el cual uno puede ver, desde la calle Austria, la calle Agüero, es decir, ves la transparencia de la manzana, porque no está construida, o dicho de otro modo, lo que está construido está en alto. Podría haber estado toda la estructura apoyada en el piso.
-O sea que sí resistió el paso del tiempo.
-Por lo menos en ese aspecto, yo creo que sí. Además, los edificios tienen que aguantar a la fuerza el paso del tiempo. Cuando hicimos el proyecto de ese edificio, tanto como el del Banco de Londres, no había, como hoy, salas de cómputos, no había computadoras, sino tipos que escribían a máquina.
-¿Usted ha ido a estudiar o a leer a la Biblioteca? ¿Ha usado la Biblioteca Nacional?
-Para nada. No la usé nunca.
-¿Nunca le preguntó a alguien que la usaba si es cómoda o no?
-No lo sé.
-¿Es un tema menor?
-No. Es un tema que, para los que van a la Biblioteca, será importante. Yo no diseñé las sillas, y tienen que ser cómodas.
-¿Cuál es la obra que le da más orgullo haber hecho?
-Todas. Pero me gusta mucho una casita verde que se hizo en el campo, en las afueras de Pilar. El recuerdo agradable e imborrable que tengo es que en el dibujo, en la perspectiva, había hecho la cabeza de un caballo y luego, en la fotografía, aparece un caballo vivo. Las dos cosas coincidieron. Siempre recuerdo eso. A uno le gusta esa casa, así como la Biblioteca, el Banco de Londres y el Hospital Naval, con las ventanas que giran.
-Sin embargo, la Biblioteca Nacional es un punto de referencia.
-Sí, pero nunca se me ocurre pensar si lo que voy a hacer será un punto de referencia. Eso es algo que ni se te ocurre cuando hacés un proyecto.
-Pero uno tampoco trabaja para pasar inadvertido.
-No, tampoco.
-¿Hay lugares de Buenos Aires que están, en su opinión, bien logrados?
-Buenos Aires es la ciudad que a mí me gusta. Porque, por ejemplo, aquí estamos en Callao y Santa Fe y tenemos una luz estupenda en este cuarto, la medianera más próxima está a setenta metros de distancia, te asomás al balcón y ves el Hotel Intercontinental, que está del otro lado de la ciudad. Esto es por el solo hecho de que Buenos Aires tiene lotes chiquitos, algunos construidos y otros no; entonces, tenés una suerte de desfiladeros. El espacio que hay es enorme. Es una ciudad alegre: tiene luz. Aquí ves la esquina de Santa Fe y Callao, pero en 1898. Se ven los tranvías a caballo.
-¿A usted le hubiese gustado hacer torres?
-No lo sé: nadie me pidió una. Pero estoy seguro de que si me la pidieran, me gustaría muchísimo hacerla. Las torres forman parte de la arquitectura del año 2000; empezaron a formar parte de las ciudades hace cincuenta años y van a seguir. Forman parte de tu ciudad.
-¿Cuál es el edificio mejor pensado de Buenos Aires?
-Tampoco se me ocurrió pensar eso. Pero todos los edificios tienen siempre algo que está bien pensado, y que es lindo. Por ejemplo, el edificio de La Prensa, que ahora es municipal. El acceso es lindo. Es agradable entrar en ese edificio. Otro caso es el Teatro Colón: vos entrás, y es lindo.
-¿Cómo es, para un arquitecto consagrado, trabajar por encargue?
-¿A qué le llamás encargue?
-Viene un señor con dinero y le dice lo que quiere.
-Nunca nadie vino a decirme "hágame un château".
-¿Lo hubiese hecho?
-No, por supuesto que no.
-Los usos y costumbres dicen que uno puede contratar a un arquitecto y pedirle algunas cosas. Volviendo a la ideología de la arquitectura, si usted tuviese que confrontarla con su obra, ¿usted es un hombre de derecha, de izquierda, de centro? ¿Se acerca a lo popular? ¿Por dónde ronda su ideología?
-Mis simpatías son para la gente que es de izquierda; no me refiero al comunismo, sino a una izquierda moderada.
-¿Hay algo de lo popular que le es afín?
-Cuando yo era chico fui a uno de los colegios mantenidos por el gobierno italiano, y por una sociedad que había acá llamada Pro Scola. Como estaban sostenidos por el gobierno italiano, eran gratis para los hijos de inmigrantes de la ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires.
-O sea, que hizo la escuela primaria en una escuela fascista.
-Sí. Pero, por ejemplo, nunca tuvieron contacto con ningún colegio alemán. Era como si la cuestión fascista no existiera.
-¿Se puede decir que la arquitectura argentina tiene que ver con el neorrealismo italiano, en el sentido de ser una arquitectura pobre con ideas?
-En la Argentina no podés hacer el museo de Ghery, con los techos de titanio. No podés ni pensarlo. Podés hacer la Biblioteca Nacional con hormigón armado. De hecho, en la Argentina siempre hubo una tradición muy fuerte del hormigón armado, que comenzó hace muchos años: cuando todavía se hacían edificios con estructura de hierro, acá ya se hacían con hormigón.
-¿Qué pasó, para que en la Argentina en general "lo francés sea el símbolo del lujo?
-Porque no son cultos. Es un error de cultura. O mejor dicho, son cultos en otro sentido: pueden leer todos los libros, estar al tanto de todo, hablar francés e inglés, y tener automóviles último modelo, pero en estas cuestiones -arquitectura, pintura, etcétera, es como si estuvieran cien años atrás.
-¿Usted piensa que hay una arquitectura distinta para cada clase social?
-No, yo creo que no; nunca se me ocurrió pensar eso. Acabamos de ganar este año un concurso, justamente, para hacer viviendas del Banco Hipotecario en las distintas regiones del país. Se construyen con los créditos del banco. Son viviendas mínimas. En estas casitas, por ejemplo, hicimos un lugar para el aparador de la abuela, porque todos tienen uno, así como un dormitorio con una salida al exterior, tal como lo pedían, porque a lo mejor ahí trabaja un sastre o una costurera. Así está pensado todo. Está pensado igual que si vos pensás la Biblioteca Nacional.
-Dígame Clorindo, ¿qué les dice a los jóvenes que vienen a su estudio?
-Yo no les digo nada.
-Algo les tiene que decir.
-"Buen día".
Por Any Ventura Para LA NACION

Renzo Piano presenta su plan para reconstruir La Valeta

El arquitecto pondrá en valor la entrada de la capital de Malta, dañada durante la segunda guerra mundial, y propuso edificar un teatro al aire libre y el nuevo Parlamento, con un costo total de 112 millones de dólares.

LA VALETA (dpa). -El prestigioso arquitecto italiano Renzo Piano presentó sus planes para reconstruir la entrada de La Valeta, la capital de Malta, parcialmente destruida por bombarderos alemanes durante la segunda guerra mundial.
En una ceremonia con unos 100 invitados durante la noche del sábado, Piano presentó entre otros su proyecto de erigir un teatro al aire libre, una construcción de vanguardia que ocupe el lugar donde estaba la antigua Royal Opera House.
Construida en 1877, la majestuosa ópera fue reducida a escombros por un bombardeo en abril de 1942, cuando Malta era aún colonia británica. En 1946, un grupo de prisioneros de guerra alemanes en el país ofrecieron reconstruir el teatro por una recompensa simbólica, pero el gobierno rechazó la oferta.
Piano fue contratado por primera vez a finales de los 80 por el gobierno maltés para presentar planes de reconstrucción, pero el proyecto fue cancelado. Esta vez, el primer ministro Lawrence Gonzi ha prometido terminar el proyecto en un plazo de cuatro años.
"Hemos aprendido la lección y somos hoy mejores arquitectos", dijo por su parte Piano en La Valeta.
El arquitecto también ha propuesto erigir un nuevo Parlamento aledaño al teatro, así como la reconstrucción del área que lleva a La Valeta. Se estima que el proyecto costará a la región unos 80 millones de euros (unos 112 millones de dólares).