Con frecuencia pienso que la arquitectura padece de un exceso de adjetivación. Si además lo que califica es su condición de sustentable, el problema se agrava. Lo sustentable, expresión que comenzó a aplicarse en los años 70 asociada con el desarrollo, nació con el estigma de la ambigüedad.
Hoy, su uso se ha generalizado de tal modo que resulta casi imposible no encontrar a diario el término aplicado arbitrariamente a infinidad de productos o procesos, y que lo han ido vaciando de contenido.
Un enfoque sustentable de la arquitectura se apoya en dos aspectos: el uso eficiente y racional de los recursos tanto energéticos como materiales y la minimización del impacto ambiental de la implantación, producción y el uso de los edificios.
Las acciones que responden a estos conceptos son, entre otras, la adecuación a las condiciones del sitio, lo que implica innumerables y variados aspectos tanto morfológicos como materiales.
Cuestiones como la compacidad y las orientaciones, las protecciones y el aprovechamiento de las condiciones climáticas, la iluminación, el asoleamiento, las ventilaciones, el uso del agua de lluvia; el adecuado aislamiento térmico, la utilización de fuentes renovables de energía, la reducción de emisiones de CO2 y otros contaminantes; el tratamiento de residuos y efluentes, entre otros. Postulados que coinciden en gran medida con los del bioclimatismo de los años 80.
Me atrevo a decir que hoy, sin perjuicio de otros atributos que definen a una buena arquitectura, ésta debería estar ligada indisolublemente a un diseño ambientalmente consciente.
Hoy, su uso se ha generalizado de tal modo que resulta casi imposible no encontrar a diario el término aplicado arbitrariamente a infinidad de productos o procesos, y que lo han ido vaciando de contenido.
Un enfoque sustentable de la arquitectura se apoya en dos aspectos: el uso eficiente y racional de los recursos tanto energéticos como materiales y la minimización del impacto ambiental de la implantación, producción y el uso de los edificios.
Las acciones que responden a estos conceptos son, entre otras, la adecuación a las condiciones del sitio, lo que implica innumerables y variados aspectos tanto morfológicos como materiales.
Cuestiones como la compacidad y las orientaciones, las protecciones y el aprovechamiento de las condiciones climáticas, la iluminación, el asoleamiento, las ventilaciones, el uso del agua de lluvia; el adecuado aislamiento térmico, la utilización de fuentes renovables de energía, la reducción de emisiones de CO2 y otros contaminantes; el tratamiento de residuos y efluentes, entre otros. Postulados que coinciden en gran medida con los del bioclimatismo de los años 80.
Me atrevo a decir que hoy, sin perjuicio de otros atributos que definen a una buena arquitectura, ésta debería estar ligada indisolublemente a un diseño ambientalmente consciente.
Pablo Azqueta (es arquitecto y profesor adjunto de la UNR. Master en Restauración Arquitectónica. Universidad Politécnica de Madrid. www.aape.com.ar)
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