En Nueva Córdoba, identificado como el barrio joven de esa ciudad, se inauguró tras años de controversias un paseo que recrea el sistema hídrico provincial, con áreas verdes y secas
El Paseo del Buen Pastor es un complejo comercial-cultural y recreativo en Nueva Córdoba, el barrio con mayor crecimiento inmobiliario y concentración de jóvenes estudiantes de la ciudad de Córdoba. Esta situación, más el hecho de formar parte de un sitio histórico, que fue controvertidamente intervenido, lo convierten en un elemento de la trama urbana de profunda exposición. Parte del sitio había conformado la cárcel de mujeres del Buen Pastor, abandonada y luego trasladada, en 2004, y parte corresponde a la capilla de la congregación de hermanas del mismo nombre (1906), hoy desacralizada. La decisión de proyecto fue la restauración de esta última y la demolición del edificio de la prisión, eliminando unos muros que caían a pique sobre la línea municipal, y se creó una serie de espacios abiertos y públicos. En el borde norte, sobre la calle San Lorenzo, se desarrolla una fuente que se pega en dos de sus lados al complejo y en el tercero, integrándose al espacio de la vereda, se conecta a través de unas piezas de concreto alargadas que hacen las veces de bancos. Estos elementos provocan ritmo y orden en el espacio y, además, junto con unos sutiles taludes que se desarrollan entre ellos funcionan como límite al agua; este sistema remite conceptualmente al diseño de embalses y diques tan emblemático de la provincia de Córdoba. De la misma manera, en el nivel superior, que conecta con las galerías de arcos de medio punto, existe un espejo de agua que presenta una referencia a los cinco ríos de Córdoba: unos recortes lineales de vidrio realizados sobre la pieza peatonal que, sobre el agua, permite pasar de un espacio al otro. El sistema de fuentes se completa con un segundo espejo, a nivel de la segunda galería, al que no puede accederse más que visualmente y en cuyo centro se colocó una escultura de Marcelo Hepp. Esta fuente es la que alimenta el circuito de aguas, abastecido por una cisterna construida bajo tierra. Cada hora impar se presenta un espectáculo de aguas danzantes que, generalmente, congrega un impactante grupo de visitantes. Parejas, grupos de jóvenes y niños encantados son, en cualquier caso, el elemento que completa y jerarquiza el espacio. En la esquina que toma la calle Buenos Aires se desarrollan taludes verdes que hacen de podio a la arquitectura y que, a manera de parque de barranca, acogen grupos ya sea a la sombra o al sol, indistintamente. El diseño del paisaje se completa con mobiliario de Diana Cabezas y la incorporación de árboles en su mayoría nativos, que delimitan los espacios. Son estos espacios, que reflejan el ansia y necesidad de apertura de toda ciudad y de esta ciudad en particular, los que se convierten en el punto exitoso del proyecto y, además, en único objeto de esta nota. ¿Hubiera sido cualquier vacío una buena respuesta al sitio? ¿Es solamente el hecho de haber quitado esos muros y haber abierto la visual hacia la imponente iglesia de los monjes capuchinos desde la avenida Irigoyen una garantía de posicionamiento urbano y de apropiación espontánea del espacio? Son preguntas que nunca tendrán una respuesta; la única situación que cuenta es la real, la que existe hoy, y que abraza al usuario, lo contiene, le brinda verde, agua, espacialidad. Por sobre todas las cosas, espacialidad: posibilidad de encuentro, ocio, movimiento, libertad. Por Jimena Martignoni Para LA NACION
El Paseo del Buen Pastor es un complejo comercial-cultural y recreativo en Nueva Córdoba, el barrio con mayor crecimiento inmobiliario y concentración de jóvenes estudiantes de la ciudad de Córdoba. Esta situación, más el hecho de formar parte de un sitio histórico, que fue controvertidamente intervenido, lo convierten en un elemento de la trama urbana de profunda exposición. Parte del sitio había conformado la cárcel de mujeres del Buen Pastor, abandonada y luego trasladada, en 2004, y parte corresponde a la capilla de la congregación de hermanas del mismo nombre (1906), hoy desacralizada. La decisión de proyecto fue la restauración de esta última y la demolición del edificio de la prisión, eliminando unos muros que caían a pique sobre la línea municipal, y se creó una serie de espacios abiertos y públicos. En el borde norte, sobre la calle San Lorenzo, se desarrolla una fuente que se pega en dos de sus lados al complejo y en el tercero, integrándose al espacio de la vereda, se conecta a través de unas piezas de concreto alargadas que hacen las veces de bancos. Estos elementos provocan ritmo y orden en el espacio y, además, junto con unos sutiles taludes que se desarrollan entre ellos funcionan como límite al agua; este sistema remite conceptualmente al diseño de embalses y diques tan emblemático de la provincia de Córdoba. De la misma manera, en el nivel superior, que conecta con las galerías de arcos de medio punto, existe un espejo de agua que presenta una referencia a los cinco ríos de Córdoba: unos recortes lineales de vidrio realizados sobre la pieza peatonal que, sobre el agua, permite pasar de un espacio al otro. El sistema de fuentes se completa con un segundo espejo, a nivel de la segunda galería, al que no puede accederse más que visualmente y en cuyo centro se colocó una escultura de Marcelo Hepp. Esta fuente es la que alimenta el circuito de aguas, abastecido por una cisterna construida bajo tierra. Cada hora impar se presenta un espectáculo de aguas danzantes que, generalmente, congrega un impactante grupo de visitantes. Parejas, grupos de jóvenes y niños encantados son, en cualquier caso, el elemento que completa y jerarquiza el espacio. En la esquina que toma la calle Buenos Aires se desarrollan taludes verdes que hacen de podio a la arquitectura y que, a manera de parque de barranca, acogen grupos ya sea a la sombra o al sol, indistintamente. El diseño del paisaje se completa con mobiliario de Diana Cabezas y la incorporación de árboles en su mayoría nativos, que delimitan los espacios. Son estos espacios, que reflejan el ansia y necesidad de apertura de toda ciudad y de esta ciudad en particular, los que se convierten en el punto exitoso del proyecto y, además, en único objeto de esta nota. ¿Hubiera sido cualquier vacío una buena respuesta al sitio? ¿Es solamente el hecho de haber quitado esos muros y haber abierto la visual hacia la imponente iglesia de los monjes capuchinos desde la avenida Irigoyen una garantía de posicionamiento urbano y de apropiación espontánea del espacio? Son preguntas que nunca tendrán una respuesta; la única situación que cuenta es la real, la que existe hoy, y que abraza al usuario, lo contiene, le brinda verde, agua, espacialidad. Por sobre todas las cosas, espacialidad: posibilidad de encuentro, ocio, movimiento, libertad. Por Jimena Martignoni Para LA NACION
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